You always seemed so sure
That one day we’d be fighting
In a suburban war
Your part of town against mine
ARCADE FIRE
¡Tenemos que irnos, largarnos ya de este barrio!, me gritabas, mientras yo veía como temblaban tus manos y no podías dejar quietas las piernas. Yo en el fondo te entendía. Estuve ahí cuando ambos bandos decidieron armarse hasta los dientes, listos para la bronca. No sabíamos muy bien lo que motivaba a un montón de niños ricos a querer matarse entre sí, pero estábamos seguros que no queríamos participar.
***
Somos nihilistas, dijimos, cuando vinieron a ofrecernos armas. Supongo que creíste que no había por qué ser descortés y tomaste una pequeña, una por bando (siempre tan discreta). De algo nos servirán, me dijiste esa noche mientras apuntabas a tus vecinos desde la ventana. Una pistola en cada mano. Bang, bang, bang. Saluda a El Llanero Solitario, dijiste, mientras me apuntabas, usando nada más que una sábana como capa. Empezaba tu juego y yo corría, rogándote que dejaras eso, que guardaras la pistola, que se te va a salir un tiro, que pares te digo… Pero no había caso. El Llanero Solitario solo escucha al Llanero Solitario. Y ahí seguías, corriendo detrás de mí, a caballo. Ha-io Silver. No parabas hasta que comenzaban mis ahogos y yo tenía que sacar el inhalador mientras permanecía echado, jadeando en medio de la habitación, maldiciéndote y pidiéndole al Llanero que acabe con todo de una buena vez. Say your last words, forastero. Your luck is over. Y yo cerraba los ojos, apretando los dientes, sabiéndote siempre dispuesta a llevar las cosas hasta el final. ¿Pero cuál era el final para ti…? ¿Está bien dicho your luck is over…? ¿Cómo te verás desnuda…?
***
— ¡Ya! Agarra tus cosas y vámonos. ¿Es que no escuchas la señal? —
Y no, la verdad es que no escuchaba nada. Ni a los pájaros (los chiquillos de la casa de enfrente se encargaron de matarlos a todos con sus escopetas).
***
Las llaves del auto de tu madre y arrancamos. Ya cuando nos dimos cuenta estábamos lejos o por lo menos la certeza de nunca haber estado allí aumentaba la sensación de lejanía. ¿Es que realmente estábamos tan lejos de casa? De repente esta preocupación estaba comiéndome la cabeza. Es que había que verme, perdido en quién sabe dónde, con una chiquilla de 16 años a la que a veces le da por convertirse en El Llanero Solitario, que acaba de robar el auto de su madre para escapar de una guerra que estaba a punto de empezar en nuestro barrio y que guarda una pistola debajo de su falda y una en la guantera. Afuera del auto, desierto. Rojo. Rojísimo. Como para echarse a morir y sumar otro par de calaveras al paisaje. Justo ahí, al lado de ese cactus. Y un sol que pareciera devorarlo todo, salvo a nosotros, dentro del auto, con el acondicionador de aire al máximo.
***
En la radio solo suena una banda que nos gusta a ambos, ninguna noticia de nuestro barrio. Esperábamos. Aburridísimos. Al parecer los muchachos se arrepintieron o simplemente la matanza no es noticia. Pero no tenía sentido. Había que descartar lo último. Niños ricos matándose siempre son noticia. Mientras tanto nosotros en este desierto. Rojo. Rojísimo.